La poética de la rebelión: El caso Atenco

Tiosha Bojórquez Chapela

 

 

Tan sólo siento que la música es poderosa, hombre. El arte es poderoso. Es más poderoso que la legislación y por quién votas y toda esa mierda. Algunas personas dicen: “Chale, la música es sólo entretenimiento, vato”. A la chingada con eso, la gente negra jamás ha creado nada bidimensional. No habría existido el Movimiento por los Derechos Civiles sin no se hubiera escrito “We Shall Overcome”. Son cosas que van una con la otra. La gente necesita cantar canciones que las motiven para obtener un resultado. Y es por eso que yo escribo, para brindar las canciones que han de motivarnos hacia ese resultado”.

Saul Williams 1

 

México es un país que puede ser calificado de lo que sea, menos de aburrido. Es un hecho histórico que se ha comprobado los dos últimos siglos: siempre nos apuntamos pronto a las grandes olas independentistas, revolucionarias y, ya más recientemente, altermundistas, globalifóbicas, o como se les quiera llamar. A nosotros no nos interesa tanto la teoría de la revolución, sino su práctica, su hacer, su poesis.

Y aunque, desgraciadamente, de años a acá hemos sido el termómetro que los gringos le meten por el culo a Latinoamérica, es claro que dentro de este termómetro el mercurio se está elevando. Las siguientes imágenes son un buen reflejo del estado del tiempo en México:

Photos from San Salvador Rebellion, 4 de mayo, 2006. Publicado en: arizona.indymedia.org/news/2006/05/42302.php

Cuatro de mayo del 2006. Llego a mi casa por la noche y enciendo la televisión: Revuelta en Atenco. En la pantalla se repite la escena de un policía tirado en el suelo, inconsciente, mientras la gente lo patea. El comentarista habla indignado sobre la brutalidad de la muchedumbre. Millones vemos hasta el cansancio a un hombre del pueblo, con gorra de beisbolista, bigote poblado y panza generosa, pateando los testículos de otro hombre del pueblo, pero vestido con uniforme, quien está derribado y ni siquiera reacciona pues se encuentra inconsciente.

Entra en escena la poética mediática neoliberal. Una toma desde helicóptero que nos hace olvidar cualquier contexto posible, derrumbando las razones que hicieron existir esa imagen, quirúrgicamente preparada.

Todo empezó años atrás, con el proyecto foxista de un nuevo aeropuerto internacional, alterno al de la Ciudad de México, que se erigiría en medio del lago de Texcoco, en el Estado de México. La modernidad globalizada erguida en medio de una de las zonas más pobres del centro del país. Las protestas no tardaron en aparecer. Desde ambientalistas preocupados por el destino de los patos del lago, quienes, al parecer, morirían desmembrados por las turbinas de los aviones, hasta las multitudinarias marchas --famosas por los machetes de los habitantes de San Salvador Atenco-- de quienes esa noche vimos retratados en la televisión, una y otra vez, hasta el hartazgo, como turba iracunda.

Autor desconocido.

Nadie menciona que, a cambio de la tierra, el gobierno federal ofrecía el equivalente a cuarenta y cinco centavos de dólar por metro cuadrado. Menos de medio dólar por metro cuadrado de tierra, historia y raíces. Hace tres años el aeropuerto foxista, repleto de franquicias y hoteles (en donde los habitantes originales debían sentirse felices trabajando como afanadores) fue detenido por la movilización popular. Y en cierto sentido, en casi todos los sentidos, se trató de un gran triunfo antihegemónico.

Pero en los medios quedó también sembrado un capital simbólico que, años después, en la Revuelta de Atenco del 2006, resultaría invaluable para los hegemones: imágenes de hombres, mujeres, ancianos y hasta niños blandiendo machetes, afilándolos contra el asfalto, enfrentados a la policía y triunfantes. Incapaz de aceptar el triunfo ajeno, el Poder regresa años después, por medio de la poesis mediática, para recordarnos a quién pertenecen los archivos audiovisuales de la historia. Como decía Gil Scott Heron, “la revolución no será televisada”… mientras no rompamos la hegemonía sobre los medios de comunicación. Lograrlo debe ser central en nuestro accionar. La misión de la poesis de la rebeldía es que las imágenes de nuestros triunfos sigan siendo iconos de resistencia, en vez de instrumentos de propaganda ideológica en manos de los medios.

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Sin embargo, mientras las grandes cadenas de televisión y radio no paran de renovarse y buscar caminos nuevos para crear su verdad, en los medios independientes seguimos escuchando, con 50 watts de potencia, las canciones revolucionarias de los setenta: Venceremos, Adesalambrar y Vientos del pueblo. A casi veinte años de la caída del muro de Berlín, resulta claro que la revolución necesita nuevos comunicadores y nuevas propuestas. ¿Quién quiere ser el Marx del nuevo milenio… o aunque sea el nuevo Víctor Jara? 2 Quien se apunte que levante las manos… y que no tenga miedo a que se las corten. Pues eso es lo que les pasa a los Víctor Jaras de este mundo. La poesis de la rebeldía, ayer como hoy, necesita valor y entrega.

Entra en escena la poética de la revolución, con los dientes chimuelos y la esperanza retratada en los ojos. En las calles, la gente se enfrenta con cohetones, bombas molotov, palos y piedras a los robocops de la PFP, quienes van armados con lo último en tecnología antidisturbios. Y mientras las grandes estaciones de radio y televisión nos muestran la violencia del México profundo, los medios libres (Radio Zapote, KeHuelga Radio, Radio Pacheco, Centro de Medios Libres, Narco News, IndyMedia) reflejan una realidad muy distinta: dos muertos, más de doscientos detenidos y una tercera parte de las mujeres detenidas, víctimas de abuso sexual o violación por parte de los policías.

Al escuchar en una de estas estaciones la lista de personas desaparecidas, aparece el nombre de una amiga, Valentina Palma, cineasta y antropóloga, con quien estudié en la universidad y a quien me unen proyectos y vivencias desde hace años. Es curioso como la dimensión de una noticia cambia cuando conoces a alguien involucrado en ella. A partir de ese momento, la revuelta de Atenco cobra carne, nombre y rostro.

A la madrugada siguiente, un grupo de amigos estamos apostados frente a la estación migratoria. Por la tarde, a toda velocidad, sacan en dos autos oficiales a Valentina y los demás presos extranjeros relacionados con el caso Atenco. Unas cuantas horas después, Valentina se encuentra volando hacia Chile. A pesar de que llegamos a tiempo al aeropuerto para mostrar a las autoridades que debido a un amparo tramitado previamente, esta deportación era ilegal.

Sale de escena Valentina, esposada a la muñeca de una funcionaria trabajando horas extra, en un avión sin escalas a Santiago y entra marchando, de nuevo, con bombo y platillo, la poética mediática: “Hubo abusos policíacos, sí, pero ni de cerca son lo que han dicho algunos”, nos informan no sólo noticieros, sino hasta los programas cómicos e incluso las telenovelas, en las que los guionistas logran colar una que otra referencia velada al problema. La policía tuvo que actuar y lo hizo de manera “quirúrgica”, ¿por qué será que a las autoridades les gustan tanto las metáforas médicas? Para contrastar, veamos el siguiente testimonio, de Gabriela Téllez Vanegas, ama de casa y madre de 18 años, quien tuvo la mala fortuna de pasar por el lugar en pleno operativo policiaco.

Me empezaron a pegar y a preguntar dirección, edad, nombre (...) Me empezó a agarrar la cara uno de ellos y me metía los dedos en la boca y en la vagina y me obligó a hacerle sexo oral. Me echó su esperma en mi suéter blanco y vino otro policía y lo mismo, me agarró mis pechos y dijo: “Está bien buena y está amamantando, ¿verdad? Puta perra” (...) Vino un tercero y me dijo que si quería que me ayudara tenía que ser su puta por un año e irme a vivir donde él quisiera 3.

Bueno, quizá no todo haya sido tan quirúrgico después de todo. Este testimonio no es un diálogo en una película de gangsters, sino lo que ocurrió dentro de los camiones de la policía después de la Revuelta de Atenco, mientras trasladaban a los presos hacia la cárcel, en un viaje de cuarenta minutos que por alguna razón tomó más de cuatro horas. Esto es la poética del poder, en su forma más cruda y obvia.

Mientras tanto, en la televisión y la radio, los comentaristas ridiculizan las denuncias de violación y abuso como teorías de la conspiración sin fundamento. Y la quizá si no hubiera visto una foto de mi amiga Valentina con el cuerpo lleno de moretones, con el culo y las tetas machacados a golpes y hasta mordidas, si no me hubiera contado ella misma lo que vio y escuchó, sería fácil creerle a la tele y pensar que estos testimonios son mentiras inventadas para desacreditar la actuación de la policía. Pero no, estos testimonios son ciertos y la realidad espeluznante, pues a diario se oyen otras cosas, otros testimonios, que luego los medios ni siquiera reflejan y que, sumados, nos hacen pensar que vivimos en un verdadero narcoestado donde a diario se tortura y desaparece gente. Si logramos retratar (de nuevo la poesis) el verdadero grado de barbarie al que llega el Estado, quizá la gente comprenda la necesidad imperante de cambio.

En México, después de seis años de foxismo, nos hemos acostumbrado a vivir al mismo tiempo en dos países radicalmente distintos. Por un lado el México virtual facturado por producciones Televisa y TV Azteca, un México que avanza pujante hacia el desarrollo, dejando atrás el estigma del Tercer Mundo y perfeccionando sus instituciones democráticas; por el otro, el México de las grandes mayorías que se están muriendo de hambre y explotarían de no ser por la migración; un México con una geografía llena de pueblos fantasmas, pueblos habitados por ancianos, mujeres, niños… y perros callejeros, muchos perros callejeros. Cinco millones o más de personas, tan sólo en los últimos seis años, que se han ido. Y los emigrantes casi nunca se llevan sus perros con ellos. Pero… creo que me estoy desviando del tema.

***

“Estamos haciendo historia”, me dice Rodrigo Solís, la promesa de la poesía urbana mexica, mientras enciende un cigarro y voltea nervioso hacia todos lados, pues estamos seguros que los servicios de inteligencia nos siguen. “Se te está quemando la barba”, le digo. Estoy montado en un coche con Rodrigo y otro vato, de cuyo nombre preferiría acordarme pero no puedo, que también le hace a esto de la poesía placera, urbana y en voz alta, que en otras latitudes se ha dado en llamar spoken word y aquí, por lo general, es más bien heredera de los trovadores urbanos de décadas pasadas: Jaime López, Rodrigo González et al.

Yo también soy spokenwordero. Y, sobre todo, tengo un coche viejo y pequeño, pero con buen motor, que me ha hecho bastante popular últimamente. Anteayer, llevé al Congreso Nacional Indígena a dos delegados huicholes que estuvieron en Atenco durante la represión y venían huyendo de un episodio dantesco. Ayer, me vi involucrado en una persecución de película, a toda velocidad en el periférico, tras una patrulla de migración que se llevaba a una chica alemana con rumbo desconocido y teníamos miedo de que la desaparecieran. Hoy, voy con Rodrigo Solís y ese otro vato de cuyo nombre preferiría acordarme pero no puedo, dirigiéndonos hacia el penal de Santiaguito, a las afueras de Toluca, a casi tres mil metros sobre el nivel del mar. En Santiaguito están encerrados la mayoría de los presos capturados el 5 y 6 de mayo del 2006 en Atenco, hombres golpeados brutalmente, mujeres violadas y víctimas de toda clase de abusos.

Rodrigo y yo escuchamos incrédulos al vato de nombre irrecordable cuando nos dice que si no será peligroso que lleve un toque. “¿Cómo que traes un toque, cabrón? ¡No mames!”, decimos casi a coro. “Tenemos que fumárnoslo antes de llegar, no vaya a ser que luego nos pare la tira”. Claro, una cosa es que hayamos vaciado nuestras casas de cualquier estampa que pudiera pasar por subversiva, que llevemos noches sin dormir y días enteros paranoicos porque estamos convencidos de que nos siguen constantemente y nuestros teléfonos están monitoreados por las autoridades. Una cosa es eso y otra muy distinta tirar un buen toque por la ventana. Así que mejor lo ponchamos rapidito, con cocos y todo, y nos lo fumamos antes de entrar en Toluca.

(Escuche a “OJOS ROJOS.")

“De unos años acá, habíamos ganado espacios para fumar”, dice Rodrigo, “en las manifestaciones fumábamos, en la huelga fumábamos, discutíamos acerca de la legalización de la mota como parte de la lucha. Pero ahora tenemos que preocuparnos otra vez de cosas más elementales, como que suelten a los 254 cabrones que tienen presos”. A lo lejos, junto a un cerro muy verde y detrás de una enorme unidad habitacional en construcción, se encuentran las torres de vigilancia, completamente prototípicas. Podrían ser las torres en cualquier mural, tatuaje o pañuelo cholo a tinta.

Al lado de la pequeña carretera se encuentra una larga hilera de autos estacionados, la mayoría con letreros de solidaridad con los presos. Más adelante, cerca de la entrada al penal, un campamento de casas de campaña y, bajo un toldo de plástico rosa mexicano, el escenario: un micrófono y dos bocinas poderosas. Un compa de cabello largo y nariz carcomida canta un clásico: “Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia, comandante Ché Guevara”. Unas cien personas, entre los que están en el campamento y otros que, como nosotros, somos más bien itinerantes, nos reunimos a la entrada del tribunal.

Adentro es otro día de oficina. Entran y salen funcionarios, familiares de presos, personas que siguen su juicio. Pero adentro, según nos dicen las primeras personas que se les ha permitido visitar a los presos políticos, se alcanzan a escuchar las bocinas y a los compas les levanta la moral saber que afuera los están apoyando.

MC Loko y Subcomandante Marcos

Así que cuando me toca el turno al micrófono, pienso que adentro, entre los que agarraron en Atenco, está el MC Loko, que le hizo un rap a Marcos y anda representando al hip hop nacional en los círculos zapatistas. Adentro también está Mariana Selvas, que estaba atendiendo heridos junto con su papá, que es médico, cuando los agarraron y el señor ni siquiera está en este penal, sino en el de alta seguridad de La Palma, junto con secuestradores como el Mochaorejas. Bueno, pues igual al Loko y a Mariana les gusta la poesía hip hopera que me aviente.

(Escuche a “PLANETA TIERRA.")

Y es que, finalmente, éste es nuestro “hacer”, nuestra poesis: un grupo de amigos apostados frente a la estación migratoria para que Valentina viera que estábamos ahí; dos bocinas poderosas frente las paredes del penal para que los que encerrados sepan que afuera hay gente que está con ellos. Endeble apoyo, pero apoyo al menos. Y claro que los grandes medios, el radio y la televisión, siempre llegarán a más gente, pero lo que hacemos nosotros llega más profundo.

La chimuela y maltrecha poética de la resistencia pasa de generación en generación, reciclándose en su imperfección propia pues, a final de cuentas, si llegara a hacerse perfecta, impecable, moriría. La nuestra es, por definición, una poética de lo precario, de los mínimos recursos y la ilusión, de la utopía. Junto a los muros del penal de Santiaguito, tirando nuestros poemas al viento, somos herederos de las tropas que Josué mandó a derrumbar los muros de Jericó, tan solo marchando y tocando sus trompetas. Nosotros giramos alrededor de los muros y cantamos. Ésa es nuestra poética.

           1. Entrevista con Saul Williams en: Street Credentials (2006), largometraje dirigido por Tony Samuel e Israel Vasquetelle. Presentado por Insomniac Inc. junto con Rescue One Productions.(back)

          2. Víctor Jara (1932-1973) fue un cantante popular chileno, de ascendencia mapuche, quien fue asesinado brutalmente por la policía militar al servicio de Augusto Pinochet, durante los primeros tiempos del golpe de estado en Chile. Se dice que le machacaron las manos con culatas de rifle, para impedir que pudiera volver a tocar su guitarra. (back)

          3. Testimonio escuchado en la estación Ke Huelga. (back)